martes, 7 de julio de 2009

ENSAYO SOBRE UNA AGENDA ANTIGUA (6)

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MÉTODOS


En ocasiones me he visto atraído por la idea de volver a estudiar, concretamente Historia, pero siempre termino pensando que tendría que soportar asignaturas que no me interesan nada y, con lo anárquico que soy, siempre a mi aire, pondría una vez más de manifiesto mis contradicciones, y es que a pesar de ser así tengo que terminar lo que empiezo.
Ya ven, después de tantos años sigue viva en mí la inquietud que un día aquel Hombre creó. En varias ocasiones el Padre Erviti nos habló en clase de que la Historia era una u otra dependiendo de quién la contara, del país en el que se escribiera. También nos dijo que había una historia no escrita que es más real que la que aparece impresa en los libros. Nos puso un ejemplo hablándonos de la Guerra de la Independencia…, en Francia era conocida como la Guerra de España y en Inglaterra como la Guerra de la Península Ibérica.
«Tres nombres distintos para identificar lo mismo», recuerdo que pensé, «que tontería, la Guerra de la Independencia es la Guerra de la Independencia, ¿cómo la pueden llamar de otra forma?»; pero pasado el resorte patriótico comprendí lo que el Padre Erviti nos decía.
Antes de comentar una de las suyas yo observaba cómo su gesto cambiaba. Se concentraba y dibujaba una pequeña sonrisa de medio lado a la vez que su mirada tras las gafas se perdía en el vacío repasando las paredes del fondo del aula. Y después… hablaba lentamente, sin moverse, haciendo sonoras las eses finales de las palabras…, aprovechando con frecuencia ese momento para pausar, dar trascendencia, y tomar aire.


─ Los españoles… estaban por allí segando, agachados…, a sus cosas…, mientras las tropas francesas pasaban cercanas... A los nuestros… parecía como que no les importara que fueran para un lado o para otro…, pero estaban muy, muy pendientes… -sonrisilla- de lo que hacían los invasores de nuestra Patria. Y claro…, de pronto veían a un francés…. que se salía de la formación… y corriendo buscaba un lugar donde luego se agachaba…, allí…, en medio del trigal que los españoles habían sembrado…, y aunque agachado…, con aquel gorro tan alto señalando su posición… Pues eso…, los nuestros se acercaban a escondidas…, por detrás…, con la hoz... No es muy edificante…, ni para ellos ni para nosotros…; pero a muchos franchutes los encontraron muertos…, degollados…, y sentados sobre su propia…
Entre ascos y risas comprendíamos que, efectivamente, esa forma de actuar y de morir no iba a estar registrada en los libros de texto. Sin embargo nos decía que era más real que muchos otros hechos que teníamos que aprender.
«Entonces, ¿cómo estudiar, cómo distinguir y saber lo que es real de lo que es una invención interesada?».
Por mucho que le daba vueltas a la cabeza no encontraba una respuesta. Pensé en aquello repetidamente, pero los días iban pasando y esta pregunta se me iba quedando poco a poco interiorizada y sin respuesta.
Se acercaba el final de curso y Nietzsche estaba en todo su apogeo. Yo tenía atravesada la Filosofía, aquello era imposible para mí. Cuando me ponía con el elemento este junto a Kant y Humes en el estudio, me entraba un sueño…
Era domingo por la mañana. Había muchos coches aparcados frente al paraninfo y alrededor de los jardines centrales. La gente que venía de fuera estaba escuchando misa en nuestra magnífica Iglesia. Retrasado llegaba un Dodge Dar, con diferencia era el mejor de todos los automóviles que había allí. Aparcó y se bajó un hombre ya maduro, traje y gran presencia. Rodeó el coche y abrió la puerta del copiloto. Una señora de gesto serio, altos tacones y largo pelo rubio recogido en redondo en su cabeza se bajó y caminaron hacia la Iglesia, subían los escalones. Llegaban algo tarde y el estar de ambos lo aprecié muy distinto, el hombre más bien alegre, mientras que ella, además de seria…, yo la vi como enfadada. De pronto ella se paró en el primer rellano, dijo algo, como un reproche. No sé, no los oía, yo sólo los veía a distancia e interpretaba. El gesto del hombre cambió a desconcertado. Habló, abría las manos acompañando sus palabras, pero ella continuaba parada y callada. Pasados unos segundos, ella por fin dijo algo, se dio la vuelta y caminó de nuevo hacia el Dodge. El hombre la siguió, me fijé en su rostro ahora enrojecido. De nuevo le abrió la puerta a la señora y también él subió, finalmente se marcharon.
Y a mí se me hizo la luz. «Puede ser un buen método», pensé.
Al día siguiente, lunes, teníamos clase de Filosofía. Ya hacía unos meses que habíamos inaugurado aquel grupo de aulas nuevas que se terminaron en Febrero o Marzo de 1975, entre el colegio Luis de Góngora y los campos de deportes. El Padre Erviti le iba metiendo fuerte para poder completar el temario de aquel curso del 74/75 en el aula de COU-4. Yo ya no digería aquello, menos mal que después teníamos el recreo y el bocadillo de la mañana… Y dando buena cuenta de uno de chorizo estaba yo cuando pasó él a mi lado.
─ Padre.
─ Sí, dime.

─ Le quería hacer una pregunta.

─ Dime.

─ ¿Cómo podemos hacer para saber si la Historia, lo hechos que estudiamos, son verdad o mentira?

─ Tienes que leer mucho, de distintos autores, distintos puntos de vista; después tú mismo tienes que sacar tus propias conclusiones.

Cuando escuché esta respuesta pensé que sí, que debía ser así; pero que yo no iba a ser capaz de discernir entre unos y otros, entre verdad y mentira, que sería fácil que me engañaran.
Ya fuera porque al Padre Erviti yo lo viera bastante accesible, quiero decir que podía hablar tranquilamente con él sin temor a meter la pata, o porque ya me había metido medio bocadillo y me sentí con energías, el caso es que me atreví a hablar de mis conclusiones.
─ Padre, pues yo creo que he descubierto un método para comprender mejor por qué las cosas ocurrieron de una forma u otra, por qué tomaron los personajes importantes de la historia una u otra decisión, dónde puede estar la verdad y comprenderla mejor.
Ni una pequeña sonrisa, más bien me miró sorprendido, y tras unos segundos en los que el Padre Erviti pestañeó repetidamente mientras yo no me olvidaba del bocadillo, me preguntó.
─ ¿Un método…? ─de nuevo pensativo─, ¿y se puede saber cuál es ese método?

─ Sí Padre, hay que estudiar cómo eran las mujeres, las esposas de esos hombres. Por ejemplo, para comprender las decisiones de Napoleón hay que estudiar la influencia que ejerció sobre él Josefina. Hay que estudiar a Josefina.

De nuevo el Padre Erviti pestañeó varias veces y miró hacia arriba meditando.

Después de unos segundos, volvió la vista lentamente hacia mí.

─ Pues sabes que puede ser un buen método.

─ ¿Verdad?

─ Si, ¿cómo te llamas?

─ Antonio Bustos.

─ Bien, Antonio Bustos, sigue así.

─ Otra cosa Padre.

─ Sí, dime.

─ Yo, la Filosofía…, al principio sí, pero ahora…, es que no puedo con ella.

Ahora sonrió abiertamente, no sé si porque le hice gracia o porque me vio como un descarado y no se lo esperaba.

─ No te preocupes, cuenta con un aprobado.

Aquel curso también aprendí otro método, este del Padre Gago, que tomando como base poesías cuyo contenido serían situaciones por las que generalmente los hombres –y nosotros, sus alumnos- tienen que pasar a lo largo de la vida, nos las hacía trabajar –las poesías- de la siguiente manera:

1.- Estudio, memorización, interiorización del texto para recitarlo en clase.

2.- Nota y crítica por uno o varios de los asistentes.


3.- Contra crítica por parte del ponente.


Es evidente que para llevar a cabo esto, el texto tenía que ser estudiado, desmenuzado por nosotros verso a verso.


 Años después me encontré con Aldous Huxley –curiosamente nacido un 26 de Julio, como su idolatrado Antonio Machado- que decía lo siguiente: “La cultura no deriva de la lectura de libros, sino de la lectura exhaustiva e intensa de buenos libros”.

Y hace solo unos días veo un escrito del Padre Gago en referencia a unas reuniones que se van a llevar a cabo el próximo mes de Agosto allá por su tierra leonesa… En el apartado 6º, hablando de unos trabajos sobre textos, escribe:

PROCEDIMIENTO:

1º Lectura completa de tu comentario.


2º Comentario general, de todos y cada uno, al trabajo leído.


3º Réplica del ponente.


4º Peinado, de todos y cada uno, del trabajo leído, párrafo a párrafo.


5º Réplicas del ponente, párrafo a párrafo.


Os podéis imaginar la alegría que sentí cuando leí esto. ¡El puñetero sigue igual!
La clase de Lengua Española de aquel curso no fue la de una asignatura más. Evidentemente no me refiero al libro de texto; sino al profesor, mágico, único, irrepetible. Este Hombre y su método, del que yo he tirado cuando me he visto en apuros aplicándolo ya a otras facetas, sencillamente han enriquecido mi vida. Sí, el Padre Gago marcó a muchos de los que fuimos sus alumnos, y concretamente yo me he preguntado, buscado, y a veces encontrado respuestas a cuestiones que de no haberlo conocido…, ni me las hubiera planteado, por lo que nunca le estaré lo suficientemente agradecido.
Pero ha existido también otra cuestión… digamos, más básica y elemental; radica en el hecho de que yo no soy creyente, nunca lo he sido; mientras que para Él, para Ellos, los Dominicos que nos acompañaron en aquel internado…, la fe y confianza en Dios sí era una cuestión central en su vida. Sin hablarnos, sin insistir en ello nos lo mostraban cada día, llevaban puesto un hábito blanco. Esta diferencia de opinión influyó en mí haciéndome ver que a pesar de no pensar lo mismo que Ellos en cuestiones primordiales para el hombre como es la religión, se puede aprender, incluso admirar; pero sobre todo respetar a los que no piensan como tú.
Respeto a los hábitos. Respeto entre todos. Creo que no es tan difícil, ¿verdad…? El mundo sería muy diferente.
Antonio Bustos Baena